Nouvelle Vague — Richard Linklater
Una carta de amor a los obsesivos del cine que no se disculpan por ello. Linklater dirige una película sobre otra película: À bout de souffle de Godard. ¿Quién hace eso en 2025? Alguien que aún cree en el arte como trinchera. Irónica, elegante, y profundamente honesta. Puede que solo el 2.6% del planeta la entienda. Pero vaya 2.6%.
The History of Sound — Oliver Hermanus
Paul Mescal y Josh O’Connor se aman en silencio, grabando canciones rurales en cilindros de cera en los años previos a la Primera Guerra Mundial. Lo que podría sonar dormilón, aquí es pura alquimia emocional. Una película que se escucha más de lo que se ve. Mescal, simplemente hipnótico. Una sinfonía íntima que debería estar ya en temporada de premios.
Die, My Love — Lynne Ramsay
Jennifer Lawrence, rota y feroz. Una madre reciente lidiando con la depresión posparto en una película que no grita pero quema. Ramsay entrega su trabajo más complejo en años, y Lawrence se reinventa. No hay otra palabra que “valiente”… aunque esta vez, quizás se quede corta.
Amrum — Fatih Akin
Una isla alemana, el fin de la Segunda Guerra Mundial, un niño que empieza a sospechar que su madre nazi puede no tener la razón. Una historia sobre lealtades erradas y despertares morales. Akin vuelve a conmover con una película que tiene textura de cuento, pero corazón político.
Romería — Carla Simón
Un viaje adolescente desde Barcelona hasta Galicia, buscando becas, documentos y respuestas sobre unos padres ausentes por el sida y las drogas. Simón logra lo imposible: hacer una película con dolor, pero sin victimismo. Ah, y un gato noruego místico. Cine gallego que huele a mar y a memoria.
Two Prosecutors — Sergei Loznitsa
Una tragicomedia stalinista. Un fiscal intenta liberar a un inocente, pero el sistema soviético lo devora en laberintos burocráticos. Kafka habría aplaudido. Entre carcajadas secas y miradas al abismo, Loznitsa entrega un espejo incómodo. El chiste somos todos.
The Mastermind — Kelly Reichardt
Josh O’Connor como un ladrón de arte torpe, atrapado en su propia mediocridad setentera. Alana Haim es su esposa, harta pero aún atada. Reichardt filma como quien observa por una ventana: sin juzgar, pero con precisión quirúrgica. Cómica, triste, exacta.
Young Mothers — Hermanos Dardenne
¿Más Dardenne? Sí, pero con algo más profundo esta vez. Cuatro adolescentes intentan ser madres en un centro estatal. No hay música triste, solo realidad. Una película que no pide lágrimas, pero deja un nudo. Dolorosa, sí. Pero también necesaria.
Urchin — Harris Dickinson
El actor de Triangle of Sadness debuta como director con una historia sobre un adicto callejero en Londres. Tiene humor, alma y estilo. Dickinson no busca redención, busca humanidad. Lo encuentra. Primer filme que no parece un primer filme.
The Chronology of Water — Kristen Stewart
Basada en las memorias brutales de Lidia Yuknavitch. Sexo, trauma, agua. Stewart dirige sin miedo: errores, vértigo y todo. No es perfecta, pero ¿quién quiere perfección en una historia así? Imogen Poots se entrega. La directora, también. Y nosotros salimos mojados, no secos.
Orwell: 2+2=5 — Raoul Peck
Peck no hace documentales. Hace radiografías sociales. Aquí toma a Orwell y lo lanza contra nuestro presente. Brutal, urgente, incómoda. No se sale ileso. Spoiler: Orwell tenía razón. Otra vez.
Sentimental Value — Joachim Trier
Renate Reinsve regresa con Trier en un drama familiar sutil, doloroso y bello. Dos hermanas enfrentan al padre ausente que reaparece con su ego de cineasta fallido. “La ternura es el nuevo punk”, dijo Trier. Y sí, así se siente esta película: punk con lágrimas suaves.
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El cine no ha muerto. Solo estaba esperando un festival como este para recordarnos por qué seguimos entrando a una sala oscura y apagando el teléfono. Cannes 2025 quizá se convierta en un recordatorio vivo de que la pantalla grande sigue siendo el mejor espejo de lo que somos… o de lo que podríamos ser.
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