Entre sus libros, Noviembre se alza como una de sus obras más emblemáticas. Una novela que reconstruye, con la precisión de un cirujano y la angustia de un testigo, el asesinato de seis sacerdotes jesuitas en su propia universidad en 1989. Entre ellos, Ignacio Ellacuría. Escribir sobre la memoria de un país que prefiere olvidar le costó caro: amenazas de muerte lo obligaron a exiliarse en España. En 2016, encontró un respiro en la Residencia Faber, donde realizó una estancia creativa.
Ahora, regresa con otra historia que es también la historia de su país. Los Muchachos del Apocalipsis, una novela realista que, en sus propias palabras, habla de “nosotros, de la violencia, la condenación y la oscuridad que han obligado a tantos a marcharse”.
Los Muchachos del Apocalipsis es una novela realista. La última que publicó en ese género fue Noviembre. ¿Por qué volver a hacerlo con esta nueva novela?
Después de Noviembre, por algunas situaciones complicadas que se dieron con el libro, quise separarme de los temas realistas y me refugié en la fantasía. Yo había querido ser escritor para escribir novelas de fantasía, así que, en ese momento, cerca del 2018, me refugié en ese género y lo único que escribí fueron libros de ese tipo o libros infantiles. Pero siempre hubo temas que me interesaban, y me interesó mucho el de la migración. En ese momento vivía fuera, y lo que quería contar eran ciertas historias que mostraran cómo vivimos y por qué nos vamos. La mayoría de los migrantes lo hace simplemente porque no tiene escapatoria. Por eso sentí la necesidad de volver a escribir de una manera… como Noviembre, una novela más realista.
Una de las razones por las que “exportamos” tanta gente es la violencia. Entiendo que esta novela aborda de manera muy concisa este componente. ¿Qué puede esperar el lector al leer Los Muchachos del Apocalipsis?
Hay un componente de violencia porque es la realidad. Aunque ahora se ha disipado un poco, hay otro tipo de violencia, como la económica: todo está tan difícil. Pero en ese contexto, la violencia era algo cotidiano. Aunque me gustaría destacar una cosa: más allá de esa violencia, cómo aprendemos a vivir en ella, a sobrevivir. Y cómo, a pesar de esa oscuridad, seguimos enamorándonos, seguimos teniendo ilusiones, seguimos aprendiendo, seguimos queriendo soñar cosas, seguimos haciendo todo lo de la vida, a pesar de que las condiciones para vivir son tan terribles.
Esa palabra es clave: sobrevivir. ¿Cómo lo aborda en la novela?
Creo que todos vamos aprendiendo a sobrevivir de alguna manera, o la mayoría de la población al menos. A veces ni te das cuenta; a veces tu situación cambia y, en retrospectiva, te das cuenta de que lo que estabas haciendo era sobrevivir, de algún modo, ignorando muchas situaciones. Entonces creo que lo traemos innato. Si eras un niño o un adolescente en los 80, vivías en guerra. Y si lo eras en los 90 o después del 2000, vivías en la violencia de las pandillas. Pero siempre hemos convivido con cosas terribles.
¿Cómo aborda en la novela a las maras y las pandillas?
Como la perspectiva es desde unos personajes que no pertenecen a esos grupos, ves las situaciones de tensión, pero son más como una sombra que te cubre que como una realidad latente. En la novela lo he planteado de esa manera: tratas de no ir hacia la violencia, sino más bien de escapar de ella. Entonces, de alguna manera, los personajes están esquivándola. Todos están afectados, pero, por ejemplo, hay un personaje que se llama Tomás, que está escondido porque lo persiguen delincuentes. Ese es un personaje que vive en la oscuridad, alejado de todo, esperando su momento para poder escapar.
¿Por qué el título Los muchachos del apocalipsis?
El apocalipsis es el fin del mundo. Vivimos muchos fines del mundo particulares. Creo que nosotros hemos vivido muchos apocalipsis dentro de este país nuestro, y muchas personas viven su fin del mundo de manera individual. Quería mencionarlo y hacerlo de esa manera.
Espero que quienes lean la novela se sientan conmovidos por los personajes, quienes son un reflejo de nosotros mismos.
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