Es un plazo breve para una tarea tan vasta. El país enfrenta una desaceleración económica persistente, tensiones geopolíticas con Rusia y un sistema de alianzas internas que apenas se sostiene. Para Merz, líder de la Unión Demócrata Cristiana (CDU), no habrá margen para el error ni para las transiciones suaves.
La victoria de la CDU en las elecciones federales de febrero no fue contundente, pero sí suficiente. El Partido Socialdemócrata (SPD), debilitado pero indispensable, aceptó una coalición forzada, negociada bajo la presión de evitar un gobierno paralizado. Como parte del acuerdo, el SPD retuvo carteras esenciales como Finanzas, lo que dejó en evidencia las tensiones estructurales dentro del nuevo gabinete. La reforma fiscal, por ejemplo, fue uno de los puntos más controversiales: Merz se negó a un aumento de impuestos, defendiendo la estabilidad macroeconómica como prioridad urgente.
En una entrevista reciente en la televisión pública alemana, Merz fue directo: dispone de dos años para presentar resultados concretos antes de que el país entre en una etapa de riesgos estructurales mayores, tanto en lo económico como en lo político. La advertencia no es gratuita. Alemania necesita un crecimiento económico sostenido de al menos un 2% anual para superar el estancamiento, una cifra difícil de alcanzar en medio de una productividad a la baja, presiones inflacionarias y un entorno internacional incierto.
A pesar de los acuerdos iniciales con el SPD para ampliar el gasto público en infraestructura y defensa, persiste el temor de que estos compromisos tensionen el frágil equilibrio fiscal. La posibilidad de un aumento en los tipos de interés por parte del Banco Central Europeo añade más incertidumbre a la gestión económica de los próximos meses.
Uno de los desafíos más inmediatos para el nuevo canciller será la política de defensa. La invasión rusa a Ucrania ha empujado a Alemania a redefinir su papel militar en Europa. Merz ha manifestado su intención de aumentar de forma significativa el gasto en defensa y modernizar las capacidades del ejército, una postura que marca un cambio respecto a décadas de cautela estratégica. Esta decisión, aunque respaldada por una parte del electorado conservador, genera divisiones dentro de la coalición y entre los socios europeos.
En el ámbito interno, el debate migratorio continúa polarizando al país. Mientras la CDU busca endurecer las políticas de asilo, el SPD presiona por un enfoque más humanitario y conforme al derecho internacional. La dificultad para alcanzar consensos en este terreno podría erosionar aún más la estabilidad de la coalición y debilitar la credibilidad del gobierno ante los sectores más vulnerables de la población.
En paralelo, la Unión Europea atraviesa una etapa de redefinición institucional. Merz deberá navegar entre las demandas de crecimiento y estabilidad, en un momento en que varios Estados miembros muestran signos de fatiga política y económica. Las elecciones presidenciales en Francia, previstas para 2027, podrían redefinir el balance de poder dentro del continente. Un giro hacia la extrema derecha en París implicaría un desafío directo a la visión europeísta que Berlín intenta sostener.
Además, la política exterior alemana requerirá una reconfiguración cuidadosa. Con Estados Unidos en un nuevo ciclo presidencial, y China consolidando su influencia económica, Merz enfrentará el reto de equilibrar las relaciones estratégicas con ambas potencias, sin comprometer la autonomía europea. Las tensiones comerciales, la seguridad energética y el futuro de los tratados multilaterales estarán en el centro de su agenda internacional.
Dentro de la eurozona, la reforma de los mecanismos de endeudamiento comunes podría ser una de las iniciativas más ambiciosas del nuevo gobierno. La ampliación del fondo Next Generation EU y el fortalecimiento del euro como moneda global forman parte de la estrategia de Merz para dar respuesta a los desafíos estructurales del bloque. No obstante, estas propuestas requerirán un alto grado de coordinación y consenso con gobiernos que enfrentan presiones electorales y fiscales propias.
En suma, el nuevo canciller se enfrenta a una encrucijada histórica. Alemania no solo debe superar una crisis interna, sino también redefinir su papel como potencia europea en un contexto global cada vez más volátil. Las decisiones que Merz tome en los próximos dos años podrían determinar no solo el rumbo de su país, sino el de toda una región que aún busca adaptarse al siglo XXI.
La urgencia es evidente. Lo que está en juego no es únicamente la gobernabilidad, sino la capacidad misma de Alemania para sostener su modelo democrático y su liderazgo continental en medio del desorden global. Para Merz, cada día en el cargo será un ejercicio de precisión política. Y el reloj ya ha empezado a correr.
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