Navarro —cuya obra ha estado marcada por un interés sostenido en los dilemas éticos del poder y la fe— se lanza aquí a un ejercicio de memoria política y emocional que abarca escenarios gigantescos: la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial, y las posguerras en la España franquista y la Unión Soviética de Stalin. Pero no nos dejemos engañar: lo que parece un fresco histórico termina siendo una historia íntima, casi claustrofóbica, que interroga qué queda del individuo en medio del aplastamiento ideológico del siglo XX.
Todo comienza con un poema. Un verso del Réquiem de Anna Ajmátova que irradia el tono del relato: la tristeza cruda, la maternidad en la sombra del terror, el duelo sin nombres. Anya, una mujer judía casada con el comandante soviético Borís Petrov, se convierte en la bisagra de la novela. A través de ella, la guerra —y la desolación posterior— se cuela en la vida doméstica como una lluvia que no cesa. Pablo, el niño que da título a la obra, llega a sus brazos por un cruce del destino: hijo de una caricaturista republicana y un padre caído en combate, se convierte en huérfano del mundo, moldeado por una verdad a medias.
Aquí Navarro se aleja del trazo grandilocuente de la historia oficial y se acerca a la incertidumbre del individuo atrapado en las rendijas del sistema. ¿Quién es Pablo? ¿Hasta qué punto podemos elegir nuestras raíces, o estamos condenados a portar la herencia de los errores ajenos? La autora explora el desarraigo como un idioma silencioso, uno que se transmite sin palabras, en las ausencias, los silencios, los gestos de quien sabe que la libertad es una ilusión cara en tiempos de represión.
Es cierto, como en otras obras suyas, que Navarro a veces subraya en exceso. Explica lo que el lector podría intuir por sí mismo, y se empeña en dejar claro el contexto histórico incluso cuando los personajes ya lo han cargado con su cuerpo. Pero ese quizás es el precio de escribir para muchos. Y aún así, El niño que perdió la guerra logra conmover porque no romantiza ni convierte el sufrimiento en postal. Es una novela sobre la pérdida de identidad, la orfandad emocional y la lenta reconstrucción de una memoria que no es heroica, pero sí profundamente humana.
Navarro no busca redimir la historia, sino contar cómo esta dejó heridas invisibles. Y en tiempos donde los discursos totalizantes regresan disfrazados de nuevas promesas, su novela recuerda algo urgente: el poder no solo anula libertades, también borra biografías.
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