Andor y el eco incómodo de la resistencia

En una galaxia no tan lejana —esta, la nuestra— Andor, la serie del universo Star Wars, resuena más como un informe de inteligencia que como un simple spin-off de ciencia ficción. Bajo el manto de efectos especiales y lore galáctico, lo que Tony Gilroy nos ofrece es un retrato tan minucioso como implacable del costo humano de la opresión, el dilema ético de la resistencia, y la arquitectura moral que sostiene a los imperios. Es difícil no ver en Andor un espejo oscuro que refleja la actualidad con una claridad incómoda.
23 mayo, 2025
2 mins de lectura

Desde los primeros episodios, la serie desmonta el mito de la rebelión heroica. Cassian Andor no es Luke Skywalker: no hay profecía, no hay sable láser, no hay épica simplificada. Es un hombre común empujado por circunstancias extraordinarias. En él resuenan las historias de quienes hoy, desde Gaza hasta Irán, desde Ucrania hasta Chiapas, se ven forzados a navegar entre la supervivencia cotidiana y la exigencia ética de oponer resistencia a sistemas aplastantes.

La serie evita los lugares comunes del entretenimiento de resistencia al usar la vigilancia, el colonialismo y la desinformación como herramientas centrales del Imperio. ¿Es esto ficción o un retrato abstracto de lo que Snowden, Assange o los archivos de Pegasus ya nos revelaron sobre nuestras democracias digitales?

Particularmente inquietante es cómo Andor nos muestra la burocracia del mal. El Imperio no necesita villanos caricaturescos. Necesita protocolos. Necesita reuniones. Necesita lenguaje tecnocrático para justificar el encarcelamiento masivo, la tortura y la deshumanización sistemática. Es un recordatorio de que las distopías no llegan de golpe, sino que se administran cuidadosamente. El personaje de Dedra Meero, una oficial imperial brillante y ambiciosa, podría estar trabajando en una agencia migratoria real en cualquier frontera del mundo.

Y sin embargo, Andor no es una elegía nihilista. Es una meditación paciente sobre el despertar político. Uno de los diálogos más devastadores de la serie, pronunciado por Luthen Rael —el revolucionario de las sombras— habla de sacrificar todo por un futuro que nunca verá. Su pragmatismo brutal plantea preguntas sin respuestas fáciles: ¿hasta dónde se puede llegar por una causa justa? ¿Qué se pierde cuando se elige pelear?

Estas preguntas no son ciencia ficción. Se sienten reales para las juventudes atrapadas entre la acción climática urgente y el cinismo político global. Se sienten reales para periodistas, activistas, y exiliados que operan en los márgenes de sistemas que castigan la verdad. Andor ofrece una ética de la resistencia que no se basa en ideales inmaculados, sino en decisiones sucias, contradictorias, profundamente humanas.

Lo más subversivo de Andor no es que nos muestre cómo se cae un imperio, sino cómo empieza a temblar. No es una serie sobre “el bien contra el mal”; es una serie sobre cómo el bien se ensambla, se ensucia, y aún así se levanta. Y en un mundo donde las narrativas están cada vez más polarizadas, donde las plataformas premian la reacción antes que la reflexión, Andor propone algo radical: pensar, con cuidado, sobre lo que estamos dispuestos a tolerar.

Quizás por eso, más que nunca, necesitamos ciencia ficción que no nos ofrezca escapismo, sino una brújula. Y Andor, con su tono sombrío y su compromiso con la complejidad, podría ser uno de los relatos más urgentes de nuestro presente político. Aunque se disfrace de pasado galáctico.

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